How to Make a Friend and Keep Them Around
Chucherías (Knick Knacks)
Reggaetón Resiste
La Diáspora Puertorriqueña es Sábados de Beauty
Making Space to Create
Home is Actually Where the Heart is
El sonido del blower compitiendo con el cantar de Willie Colón en el ‘espesker’. Conversaciones cortas empezando con el refrán “ay nena hace tiempo no te veo!!” y el trincar de la cabeza para evitar una quemadura de la plancha. La luz blanca del salón estéril no le quita el gozo de vida de estas mujeres que se reúnen una vez al mes. Entre ellas comparten la puertoriqueñez y dedicación profunda a el pelo planchado. Pero más allá, confianza plena en David, el estilista, que viaja hacia Orlando desde Puerto Rico cada mes para servirle a su fanaticada, a sus reinas como él les llama. El ritual empieza a las 9 cuando se entra al salón, quesitos en mano para compartir, y ya hay tres mujeres sentadas que madrugaron primero. La número cuatro toma su posición en el sofá y se prepara para la ceremonia que acaba de comenzar. A las 12, David ya les ha bautizado en tinte que va atravesando el color natural del cabello y han sido inaugurada a la espera con el resto de la congregación. Él les aconseja pintarse el pelo de marrón, rubio, o rojo según la nueva moda. Gotas de tinte caen por sus frentes y detienen sus huellas, paran cuando las mujeres se dan cuenta y las limpian con sus sacos de plástico cubridor. Es un espectáculo ver un grupo de mujeres que dedican un día al mes con el propósito de verse mejor, estar en completa comodidad con su estado de vulnerabilidad física como sacrificio. La diáspora puertorriqueña se ríe, se llora y se hace el pelo en comunidad.
Se conversa casualmente sobre cómo está el esposo, los hijos, y la escuela nueva del más pequeño. Se discute el chisme nuevo de que la que acaba de salir para tomar una llamada, fue una vaga en el viaje reciente que tomó con sus amistades. “Que no ayudó a las mujeres a cocinar para el grupo? Ay pero qué vergüenza!“ David se mete en la conversación para contarles que ella siempre ha sido así: “Sí, porque ella ganó Miss Petite Guaynabo hace unos años, no lo sabías? Se ganó el título, se casó con un músico joven y se cree la “miss influencer” desde entonces.” La “miss” entra al salón de vuelta y se calla la conversación del sofá, solo se escucha el crujido de las bolsas que llevan puestas las mujeres mientras se reajustan como no sospechosas. Suenan las campanas a las 3 y comienza la curación. Los timbres de alarmas retumban en conjunto con la salsa del salón y una por una David, con ayuda de su asistente preferido, va lavando y planchando el pelo. Con manos angelicales el asistente restriega el cabello limpio de impureza y lo recoge en una toalla. La mujer luego pasa al asiento de David, donde el desenreda el pelo canto por canto. Es evidente en la expresión de ella que no hay mejor sentido que la liberación de tensión después de un jalón. Con cada desenredo se siente que toma las inquietudes personales también. Similar es el proceso del blower y la plancha. Jala, aprieta, quema y duele y luego libera. Libera un sentido de estar un paso más cerca a la hermosura, el profesionalismo, o el tener todo en orden. Se ha puesto el sol y David le da una vuelta final a la silla hacia el espejo. La chica ha renacido: ha renacido como la mujer que siempre ha querido ser. Es así con la “miss influencer,” la doctora, la abogada, la que sirve la comida, la asistente, la maestra, la recepcionista, la esposa, la mamá, la hija, y la amiga. Como toque final, David las unge con el aceite protector y les manda muchas bendiciones en sus caminos. Click clack suenan los tacos de la “miss influencer” caminando hacia su Range Rover. Tintin suena la que acaba de sacar las llaves de la Toyota Corola. Y riiiiing va el celular de la mama entrando a su Honda Pilot. “¡Siiii ya salí del pelo malo por hoy!” le canta al recibidor.